jueves, 14 de octubre de 2010

Capítulo 2: Del pescado fresco.

Las fotos de turista en la Moneda con las que siempre soñé fueron lo de menos, para cuando llegamos a la Plaza de Armas ya hablaba chilensi, estaba ubicada, me sentía en ambiente. Dimos la vuelta para llegar al mercado central y fue en esa esquina cuando lo sentí. No fue el café que tomamos ni cachar los limones en la mesa lo que me hizo sentir. Ni siquiera las pequeñas mesas ni la pared de espejo con botellas de vino de 3 lucas encajadas perfectamente de maneras inexplicables. Fue el olor a marisco recién cortado cuando salimos. Mi corazón dio un vuelco que no entendí. Muy dentro se sentía que había vuelto a mi hogar. No fueron imágenes las que volvieron a mí. Fueron sensaciones. Una oleada que me estremeció y acogió al mismo tiempo. Como si algo dentro me gritara que quería embarrar el pescado fresco en mi ropa para no perder nunca ese olor. Me sentí embriagada, quise abrazar al tendero que atraía a los transeúntes al restaurante, pero no pude moverme; me quedé paralizada antes la multiplicidad de símbolos y sensaciones delante mío, mis ojos se llenaron de unas lágrimas que no pude soltar y como otra más de mis señales divinas una gatita güera maulló a mi lado para regresarme a la realidad. 'Igual que en Valpo' pensé y me agaché a acariciar al dulce gato, que recibió mi necesidad de realidad con dulzura y ronroneando. Me quedé un rato mirando la Estación Mapocho mientras mi compañero de aventura salió del baño. Seguimos nuestro camino.

A modo de epílogo: Y eso que aún no llego a Valpo

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